“Y seguirá la guerra presidiendo los días.” 

Angelina Gatell

(Barcelona,1926 - Madrid, 2017) 



Sin Refugio


LETRA

"Soy la sombra del camino,

soy la noche sin estrellas,

con el hambre de los niños

cruzo el mar y las arenas.

Soy llegada sin encuentro,

soy la tierra que se ha ido,

soy la lluvia sobre el sueño,

soy la marcha bajo el frío.

Soy la madre sin regazo,

soy el viento que no cesa,

soy la cama sin descanso,

soy un grito en la frontera.


Soy un grito en la frontera,

todo quedó atrás.

Con el tiempo que no llega

voy cruzando el mar.


Soy mirada hacia la nada,

soy el agua de los ríos,

con temblor de madrugada

siento el llanto de mis hijos.

Soy el dios de la desgracia,

soy partida tras partida,

soy ceniza en la distancia, 

soy olvido, a la deriva.

Soy quien duerme junto al miedo,

soy minuto en tu conciencia,

soy la brizna que en el viento

borra el rastro a tu ceguera.


Soy un grito en la frontera,

todo quedó atrás.

Con el tiempo que no llega

voy cruzando el mar,

voy cruzando. 


Sin refugio ni esperanza,

soy la barca sin destino

que te abrigue la nostalgia,

dios de barro que se ha hundido.


Soy un grito en la frontera,

todo quedó atrás.

Con el tiempo que no llega

voy cruzando el mar."

CRÉDITOS

Letra y Música: Sensi Falán

Voz y Coros: Sensi Falán

Guitarras: Carlos López Lirola

Bajo: Jesús Valero

Acordeón: Chochi Duré

Percusión: Zeque Olmo

Producción Musical: Sergio Núñez

Atlántida Music

© Sensi Falán

ARTÍCULO DE ANTONIO CAZORLA-SÁNCHEZ, CATEDRÁTICO DE HISTORIA DE EUROPA EN LA TRENT UNIVERSITY, CANADÁ

CONTAR EXILIOS

A menudo creemos estar fijados a la tierra, y que esta nos pertenece. El exilio es un despertar de esa ilusión. Ya conscientes, nos adentramos en un laberinto en el que nos perdemos de forma irremediable. Contar el exilio es antes que nada contar a los exiliados: una historia sobre otra, al lado también de otra, cruzada con muchas más, formando una tela inconmensurable tejida de dolor y memorias. El exilio es vida y muchas preguntas. ¿Cuántos fueron nuestros exiliados? ¿Quién piensa hoy en ellos? ¿Quiénes son sus hijos y nietos? ¿Qué sintieron aquellos y qué sienten estos? ¿Es un tema solo del pasado? Preguntas y más preguntas llenas de olvido y memoria, esos hermanos mellizos, separados solo en la mente de quienes creen vivir en un presente continuo y se sienten inmunes, inmortales, mejores que los demás, y entre estos últimos los más pobres y los perseguidos por la desgracia.

¿Cuándo se convierte un refugiado en exiliado? La respuesta, si la hay, solo es el preludio de más preguntas. Nuestro exilio empezó con la guerra misma. Huyendo de la muerte que traía el Ejército de África, ¿decenas de miles? ¿centenares de miles? campesinos de Andalucía, Extremadura y Castilla la Nueva huyeron, a pie, en sus carros hechos no para cargar el miedo sino cosechas, en camiones desvencijados, hacia Madrid o hacia donde fuese, en el verano y el otoño de 1936. Pero la capital quedó casi cercada de inmediato. Hubieron de evacuarlos para salvarlos de las bombas que destruían sus barrios obreros, y del hambre. La escena (¡qué palabra tan extraña y distante para referirse al dolor!) se repitió otra vez en la carretera de la muerte de Málaga a Almería en febrero de 1937. Las fotos tomadas por un grupo de canadienses, ahora los llamaríamos cooperantes, cuentan algo de lo que pasó a esos cientos de miles se seres humanos que huían del terror (pero ellos, los canadienses, no estuvieron, para su suerte, bajo el terror mismo de las balas de los aviones y los obuses de los barcos que tiraban sobre los civiles los que se llamaban a sí mismos nacionales). ¿Cuántos murieron en la Desbandá? ¿Cinco mil, así contados, por dar otro número? ¿Cuántos se separaron y no se encontraron ya nunca? ¿Dónde acabaron? ¿Por dónde va ya la cuenta, dime tú, por favor, lector? Dime también, si lo sabes, cuánto y cómo se pesa tanto pesar o ¿estás esperando a hacer la suma final con los que en medio del frío de la derrota cruzaron el bosque de espino que nos separaba de Francia en aquel invierno de 1939? La Retirada, quizás 450.000 seres, o más, conducidos de inmediato como ganado sarnoso a las alambradas de Argelès, Barcarès, Gurs, Rivesaltes y otros campos, a construir trenes a ninguna parte entre las arenas del Sáhara… y de ahí muchos al matadero de Mauthausen, y otros más a liberar Francia con un uniforme prestado. ¿Cuántos volvieron vivos para vivir otra vez y ser libres? ¿Cuántos otros salieron de España después de 1945? ¿Cuántos más callaron en su exilio interior, encerrados por las mentiras oficiales?  ¿Cuántos llegaron tan lejos como a México, Chile o Argentina, pero nunca se fueron del todo? ¿Quiénes les esperaban aquí, les escribían si podían, les lloraban, esos que tenían que cambiar la caricia por la superficie de una foto cada vez más amarilla y muerta? ¿Y los otros? Los que desde la otra España de Franco les deseaban aún más dolor, les seguían odiando, les recordaban solo para insultarlos y luego, siempre, olvidaban que eran tan personas como ellos. ¿Y los que volvieron mucho después, cuando en 1969 la dictadura atroz dijo que los crímenes, los de los rojos, claro, los de los únicos criminales, decía, estaban perdonados, esos, que volvieron y ya no reconocían sus casas, las calles, sus pueblos, los amigos de juventud?

¿Dónde están sus memorias hoy? Paseamos por las calles, y sus nombres no aparecen en sus rótulos. Vamos a los museos y estos nos cuentan otras historias, pero no las suyas. Hay sí, un museo, en La Junquera, sobre el Exilio. ¿Van los niños españoles a verlo? ¿Saben sus maestros de su existencia? ¿Se organizan visitas colectivas desde cualquier lugar de España? Tú, lector, sabes sin que te lo hayan dicho la respuesta. Para encontrar la memoria de la mayoría de los exiliados hay que cruzar la antigua frontera e ir a los pueblos franceses que dieron nombre a los campos. Allí están los memoriales y museos dedicados a nuestros exiliados; su personal habla español, a menudo tienen apellidos españoles, y -con el cariño de quien no puede perder algo tan precioso como son las señas de identidad- acogen al visitante. Este quizás querrá pisar con los pies desnudos las arenas de las playas donde se hacinaron los derrotados. Allí, mirando al Sur, verá los cerros y los caminos cerrados al regreso en 1939. Estos sitios de memoria en Francia, y el agradecimiento cálido de quienes reciben al visitante, demuestran que el recuerdo y el olvido son ante todo una cuestión de voluntad. ¿Dónde está la nuestra? La voluntad, se debería recordar, solo es posible en libertad. Y esta no puede sobrevivir a la ignorancia. Haga usted, lector, en su cabeza números: agregue voluntad, libertad y conocimiento en la España de hoy. ¿Por dónde van ya las cuentas? ¿Tiene sentido añadirles además los detalles infinitos de las incertidumbres, vidas cruzadas o sin esperanza, mezclando lo contable con lo intangible? 

Pero antes de acabar la suma y cerrar el cuaderno de ausencias, abra por favor bien los ojos, no vaya a ser que se no vea lo más visible: a otras personas que hoy son tratadas como lo fueron los republicanos españoles, como una amenaza llena de andrajos y falta de alma. Mire a esos seres humanos cuyo dolor es para nosotros solo una noticia, breve, pequeñita, en los periódicos; los que mueren sin nombre y su recuerdo se reducirá para siempre a esa foto fría en la que ríen muertos en un país lejano que no sabían lo que nosotros deberíamos saber y evitar. Los que se cruzan con nosotros por las calles que creemos solo nuestras, para siempre. Los hijos de los que sobrevivan quizás un día contarán a otros su historia, en español o en otro idioma, probablemente en una España muy diferente a la de hoy. Y en ese momento ya estará claro de qué lado estuvimos nosotros, cuando era necesario, cuando costaba e importaba. Usemos, por último, para nuestros cálculos la pedagogía matemática de los conjuntos: en este caso en la forma de las alambradas que unifican bajo un estigma común a individuos dispares. Recordemos que las cercas metálicas no se dejaron de erigir después de la derrota de los nazis, ni, por lo que nos toca, muerto Franco. Ahí están las vallas de acero, se expanden todos los días por todo el mundo, incluyendo nuestras fronteras, atrapando insaciables a más criaturas, imponiéndoles una categoría, matándolos si hace falta, incluyendo o excluyendo. ¿Cuántas son? ¿A quiénes les importan? Acabemos ya las cuentas, y veamos qué sale. Así sabremos quiénes fuimos y, más importante aún, quiénes somos nosotros. Cerremos entonces el cuaderno, en paz, o no.